viernes, 23 de enero de 2009

MI ABUELA ES UNA BARRA DE PAN


Mi abuela materna era una mujer íntegra, divertida y dadivosa, viuda desde que yo la conozco. Había parido ocho veces, una de ellas un varón muerto. Las demás, tres varones y cuatro hembras. Hasta que murió, vivió en una casa grande de un barrio no muy bien visto de las afueras de Huelva, que se usaba por la familia a modo de centro de reunión, de manera que todas las tardes nos juntábamos allí alrededor de 15 personas. Por un lado, mis tíos se encerraban en una de las habitaciones para fumar no se qué historia que acabó cayéndoles los dientes y dejándolos flaquitos flaquitos, por otro, mi madre y mis tías charlaban junto a mi abuela en la sala principal de la casa, bajo una lámpara dorada con seis apliques de cristal y un reloj de cuco que todos los primos mirábamos fascinados a las horas en punto. No hubo ni siquiera un día que no se merendase en esa casa. Se abría la veda sobre las seis de la tarde, momento en el que todos nos juntábamos alrededor de una mesa de camilla redonda que había en la cocina. Mi abuela sacaba una talega grande con infinitas vienas de pan, a veces no del todo blandas, y un tostador blanco en el que solo cabía una por uso. En el lateral derecho del tostador, junto a la palanquita que hace que el trozo de pan se pierda dentro había una serie de luces en sentido vertical. Las primeras eran verdes y la última roja. Una vez introducido el pan, y a medida que iba pasando el tiempo, se iban apagando paulatinamente las luces, hasta que un pitido final te avisaba de que ya estaba listo. Nunca olvidaré la ansiedad que me producía la espera de la luz roja y el pitido final. Era incapaz de apartar la vista de las bombillitas, ni de dejar de contar el tiempo que transcurría entre una y otra, que siempre era el mismo. Cuando el trozo de pan salía de su infierno personal, mi abuela, sin dejar nunca de hablar, untaba con delicadeza la mantequilla, la aderezaba con un poco de azúcar y me la daba junto a una sonrisa y un colacao.
Todos los días compro una barra de pan y una viena. La viena es mi abuela, y me la como de tanto como la quise.

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